A 10 años del golpe de Estado político-militar, en la actual Honduras post-golpe se vive uno de los momentos más álgidos en el marco de la confrontación política y social de la historia reciente del país, que trasciende la clásica lucha de clases.
La ruptura de la institucionalidad en el 2009, y la posterior oleada de represión política, económica, social, y cultural configuró un nuevo escenario de rebelión popular, y profundizó la violencia estatal muy propia de regímenes dictatoriales.
Frente a esta violencia, dadas las condiciones de impunidad, de ausencia de Estado de derecho, está un país que perdió el rumbo y el referente de una incipiente democracia. Se encienden las alarmas en un Estado sin derechos, que nunca abandonó las prácticas caudillistas propias de las dictaduras del siglo pasado, y que busca en esta etapa consolidar nuevas formas de “dictaduras-democráticas”, del siglo XXI.
Honduras es un país enfermo, atacado por la peste neoliberal que en América Latina ha hecho estragos con las débiles democracias, con las instituciones públicas, con el tejido social, y con los bienes comunes de la naturaleza como característica del vigente modelo socioeconómico en sus países, llevando a condiciones de indigencia a millones de personas, víctimas de un falso desarrollo impulsado principalmente por los organismos de crédito internacional, BID, FMI y BM.
Ante la ausencia de Estado, y la profundización de la crisis, el dilema que se presenta hoy es: democracia o dictadura. “Socialismo o Barbarie”, como lo planteara Rosa Luxemburgo. Democracia que pasa por la construcción de un poder popular organizado, que se moviliza, que se mueve constantemente, capaz de paralizar la economía y su dinámica de acumulación, y generando un nivel de conciencia con posibilidades de dar el salto cualitativo que estremezca la superestructura de poder.
Las condiciones favorables generadas por las y los trabajadores del sector salud y educación del país para el avance de las fuerzas populares en defensa de lo público marcan un momento de inflexión clave, que de intensificarse podrá romper los eslabones que sostienen una forma de mal gobierno, basado en la militarización de la sociedad, la violencia de Estado, y una política de terror como algunas de sus principales características.
Etapa de inflexión que deja al descubierto el aletargamiento, el cálculo y la comodidad de viejos e incluso nuevos liderazgos políticos tanto de partidos políticos de oposición como de liderazgos del sector popular amaestrados por la política electorera, y sus afanes de construir redes clientelares que les garanticen en la siguiente contienda devotos seguidores; lo anterior en oposición a nuevos liderazgos que irrumpen, no necesariamente desde la impronta ideológica (de izquierda), pero que han sido capaces de movilizar amplios sectores populares en defensa de bienes comunes como la salud y la educación como línea estratégica; nuevos liderazgos que han impulsado la construcción de un sujeto articulador desde lo local, y aglutinado en plataformas municipales y departamentales que en consonancia con la demanda popular incluyen – aunque no sea el propósito de la Plataforma– el ¡FUERA JOH! dentro de sus consignas y horizonte que dinamiza los procesos de movilización, y de pre insurrección popular desde abajo.
El desafío de construir poder popular en defensa de la salud y la educación, y el avance estratégico para la salida del dictador es un binomio que deberá conjugar fuerzas desde diferentes capas sociales, desde abajo y con sinergias profundas entre capas medias que a mediano plazo posibiliten agudizar las contradicciones entre los poderes facticos (poder militar, y religioso), las estructuras político-partidarias, las estructuras criminales de la narcopolítica, la clase económica dominante, y por ende la oportunidad idónea para la salida del dictador, y el fin de la dictadura. El desafío que se presenta al corto plazo pasa por la consolidación y construcción de poder popular como fuerza dinamizadora de pensamiento y de rebeldía.
Los levantamientos territoriales que por años han sostenido los pueblos indígenas, campesinado y pobladores que se oponen a proyectos extractivos por parte del Estado representan en esta etapa una experiencia acumulada de levantamientos territoriales y de autodefensa que a corto plazo podría desarrollarse de forma sostenida en el ámbito local; caseríos, aldeas, pueblos, ciudades. Levantamiento de pobladores exigiendo y luchando por el fin de la dictadura. Asistimos por tanto a una etapa donde se ve en el horizonte, a la vez, un avance hacía la profundización de la lucha, y el rechazo al repliegue de las fuerzas populares.
Si en el corto plazo, las condiciones se dan para la salida del dictador, también es tiempo de repensar el horizonte cercano. Y eso pasa por repensar el poder. Preguntarnos: ¿Qué condiciones para repensar la democracia tiene este sujeto político que ha impulsado la salida de la dictadura, y que a pesar de la violencia estatal luchó sin temor, hasta las últimas consecuencias? Si la salida del dictador solo representa un primer paso para el repensar la institucionalidad, y la democracia, ¿quiénes serán los actores claves para esa posible etapa donde por primera vez se piense la democracia, no la impuesta por los grupos de poder sino aquella, la otra, que apenas se conoce como enunciado? El riesgo de que aparezca el oportunismo de viejos dirigentes acostumbrados a asaltar el poder, (alta dirigencia político-partidaria, grupos económicos y religiosos), acostumbrados a ver las crisis desde sus comodidades, observadores del sacrificio de los pueblos en lucha, (donde los heridos, encarcelados, asesinados, exiliados), pasan a la página del olvido inmediatamente que se firman los pactos de “gobernabilidad”, que funcionan bajo la misma lógica de los opresores.
Que las estructuras de poder al acecho pretendan imponer una Asamblea Constituyente derivada cosmética, a su medida, imagen y semejanza, que cambie la forma pero no el fondo, y no una Asamblea constituyente originaria y refundacional, como lo planteó Berta Cáceres en el post-Golpe de Estado, es un riesgo.
Sobre el tema del poder, en su momento Berta se planteaba las siguientes preguntas:
“Desde antes del Golpe, hemos venido debatiendo bajo qué concepto de poder es que nosotros y nosotras tenemos nuestros procesos, a qué poder le apostamos, ¿será el poder del pueblo o será ganar el Ejecutivo? Nos planteamos: “preguntemos a Mel Zelaya si tenía poder? Entonces aquí viene otra reflexión: ¿Qué es el poder desde abajo, desde el pueblo, desde la comunidad? ¿Cómo desarrollar un trabajo articulado que consolide los procesos emancipatorios? ¿Cómo ver que el poder también se construye y se ejerce? ¿Cómo construir un poder que sea capaz de soportar la presión de la oligarquía, del imperialismo?
Es tiempo de repensar el poder desde abajo, desde los marginados, oprimidos y de los históricamente olvidados, de un poder capaz de refundar una patria en harapos, donde los interlocutores principales sean los que luchan, y anhelan otro mundo, otro país, otra democracia posible.
*LUIS MÉNDEZ es activista, educador popular, artista audiovisual y poeta que impulsó la escuela de formación política y los primeros colectivos de resistencia popular del Frente Nacional de Resistencia Popular (FNRP) y coordinó la escuela de formación política del Espacio Refundacional, en Honduras.
NOTA ORIGINAL: OISTMO